Durante el año 1879, los diarios locales informaban sobre una casa encantada en Amherst, Nueva Escocia. Lo llamaban el Gran Misterio de Amherst, y aseguraban que estaba habitada por un demonio.
En el humilde hogar de Daniel Teed, el miedo se hacía dueño del lugar. La familia estaba formada por su esposa, Olive, y sus dos hijos, George y Willie. Bajo su techo y protección, Daniel acogía a las dos hermanas de su esposa, Jennie y Esther Cox, al hermano de Olive y a su propio hermano.
La vida en la casa era la misma existencia monótona jornada tras jornada. Los días eran tan parecidos que las semanas pasaban sin apenas diferencia. Y así fue hasta que ocurrió el primero de los sucesos. ¿Qué ocurrió en aquella casa? Algunos hablaban de un encantamiento, otros de demonios o incluso fantasmas. Pero ni siquiera los propios testigos fueron capaces de determinar qué pasaba en realidad.
A diferencia de otros casos de supuestas casas encantadas, no había ningún antecedente que explicara que se tratase de un engaño. En todos los sentidos de la palabra, Daniel Teed era un buen hombre. Y, por consiguiente, todos sus miembros eran dignos de la misma reputación. Por esta razón, quienes presenciaron los fenómenos no dudaron en la veracidad de los mismos.
Qué ocurrió en Amherst
Todo comenzó un 4 de septiembre de 1878. Eran las nueve menos cuarto y Jennie acababa de entrar en la habitación donde Esther dormía. La pequeña se metió en la cama con su hermana y el silencio reinó durante los diez primeros minutos. Al grito de que había un ratón debajo de las sábanas, Esther saltó de la cama casi por instinto. Jennie, asustada, la siguió y encendió la lámpara con la intención de buscar al ratón que no encontraron. Supusieron que estaría dentro del colchón al ver cómo la paja de dentro se movía. Una vez tranquilizadas apagaron la luz y volvieron a la cama. Al no oír más movimientos consiguieron dormir sin ningún altercado más.
A la noche siguiente las chicas oyeron un ruido debajo de su cama. Dispuestas a no preocuparse ni un día más por el ratón, se levantaron para capturarlo. El sonido provenía de una caja de cartón verde llena de retazos. La sacaron de debajo de la cama y la colocaron en medio de la habitación, creyendo que estaría dentro.
Al dejarla sobre el suelo se asombraron al ver que se levantaba a un metro de distancia y luego volvía a caer. Incrédulas colocaron de nuevo la caja en el mismo lugar y observaron que se repetía lo mismo. Las hermanas estaban tan asustadas que gritaron y llamaron la atención de Daniel, quien acudió en su busca.
Nadie las creyó, ni siquiera el suceso que ocurrió al día siguiente. Esther saltó al centro de la habitación, llevándose consigo la ropa de cama y exclamando un "¡Dios mío! ¿Qué me ocurre? ¡Me estoy muriendo!". La pequeña se levantó inmediatamente de la cama, pensando que Esther había tenido una pesadilla. Al encender la lámpara vio alarmada que su hermana estaba en el centro de la habitación con los pelos de punta, la cara roja y los ojos fuera de órbita. Temblando de miedo Esther se sujetaba con firmeza al respaldo de una silla, clavando sus uñas en la madera.
En el momento que socorrieron los gritos de Jennie, Esther empalideció y empezó a debilitarse hasta el punto de tener que llevarla a la cama. Para más asombro de los asistentes, la joven de diecinueve años mostró un cambio repentino. De no poder mantenerse en pie pasó a estarlo y a gritar que estaba a punto de estallar en pedazos.
"Me estoy hinchando y estallaré, sé que lo haré", aseguró. Y así pasó. Esther comenzó a hincharse y a aumentar su temperatura. Mientras intentaban calmar a la joven escucharon un gran estruendo. Pensaron que les había alcanzado un rayo, pero se equivocaban. Al acercarse a la ventana, la Sra. Teed vio las estrellas brillar, descartando la posibilidad de un posible trueno. Justo al bajar la cortina escucharon de nuevo otros tres estruendos, esta vez procedentes de la cama en la que se encontraban Esther. Fueron tan fuertes que la habitación tembló, y Esther, quien estaba inflada y dolorida, inmediatamente empezó a tener su apariencia natural. Cuando estuvieron seguros que todo había sido a causa de un sueño y no de la muerte, volvieron a sus habitaciones con la idea de descansar el resto de la noche.
Todo amaneció con total normalidad. Cada miembro del hogar se dedicó a sus tareas habituales y fue durante la cena cuando acordaron guardar silencio sobre lo ocurrido la noche anterior. Sabían que nadie creería los ruidos procedentes de debajo de la cama ni que la joven fue afectada por algo de causas desconocidas.
Cuatro noche después Esther tuvo un ataque similar. Jennie le aconsejó que se tranquilizara, si permanecía inmóvil pasaría rápido y podrían dormir. Pero no fue así. A los cinco minutos las sábanas salieron volando hasta un rincón de la habitación. Fueron testigos de cómo se movían solas. Tal fue el pánico que la menor de las hermanas se desmayó. Al oír los gritos toda la familia entró corriendo a la habitación. Encontraron la ropa de cama en la misma esquina y a Esther hinchada pero consciente. Cuando la lámpara de Daniel reflejó la luz sobre el pálido rostro de Jennie, esta parecía estar muerta.
La señora Teed fue la primera en recuperar sus sentidos. Tan pronto como colocó la ropa de cama, esta voló al mismo rincón de la habitación. Con la diferencia que esta vez la almohada en la que se apoyaba Ether, salió volando y golpeó a John Teed en la cara. La familia estaba perpleja. No podían explicar qué estaba ocurriendo en aquella habitación. Aun trataban de entender qué había sucedido cuando escucharon de nuevo los mismos estruendos. Provenientes del mismo lugar, aquel sonido hizo vibrar la habitación. Esther, que había estado hinchada momentos antes, empezó a recuperarse y poco después se sumió en un profundo sueño.
A su llegada, la joven aún no había sufrido ninguno de los extraños ataques. El médico le tomó el pulso, le miró la lengua y le dijo a la familia que parecía estar sufriendo una excitación nerviosa. Aseguraba que era evidente que había recibido una gran conmoción de algún tipo. Justo después de haber dado este diagnóstico, la almohada en la que se apoyaba Esther salió disparada y se enderezó, como si estuviera llena de aire.
El Dr. Carritte no daba crédito del suceso del que había sido testigo. Se levantó de su silla y escuchó unos ruidos, tal y como había asegurado la familia. Miró bajo la cama pero no pudo determinar qué los había causado. Caminó hacia la puerta y los sonidos le siguieron, produciéndose ahora en el suelo de la habitación. Un minuto más tarde, la ropa de cama salió volando de nuevo. Sin embargo, un nuevo acontecimiento estaba a punto de suceder. Escucharon el sonido de una persona escribiendo en la pared con un instrumento que parecía ser metálico. Todos miraron la pared de dónde provenía el sonido, cuando, para el asombro de los presentes, se podía leer claramente las palabras "Esther Cox, eres mía para matarte".
Se encontraban alrededor de la cama de la joven, cada uno mirando al otro, para ver que no había ningún error posible sobre lo que veían y oían. Todos sabían que había ocurrido sucesos que se escapaban de toda lógica porque cada uno los había visto y oído con sus propios ojos y oídos. En cambio, no se atrevían a confiar en sus sentidos.
Las terribles palabras escritas en la pared, junto con los demás fenómenos, sumieron la habitación en un profundo silencio. Estaban aterrados. ¿Qué o quién había trazado aquellas letras? ¿Qué significaba esa sentencia de muerte?
Mientras que el médico estaba en la puerta intentando dar una explicación racional, un gran trozo de yeso salió volando de la pared de la habitación hasta caer a sus pies. Sin poder mencionar palabra del asombro, el doctor colocó el trozo en la silla. Justo después, el familiar sonido empezó a retumbar en la habitación con una potencia mayor, sacudiendo la habitación y todo lo que había en ella. Dos horas después los sucesos cesaron. El Dr. Carritte no tenía ninguna teoría que explicara los hechos inauditos que había presenciado. Esas manifestaciones de algún poder invisible que parecía poseer una inteligencia humana.
A la mañana siguiente se sorprendió al ver a Esther levantada y haciendo vida normal. En una de sus tareas, la joven subió corriendo, sin aliento, diciendo que había alguien en el sótano. Le habían tirado un trozo de tabla. El Dr. Carritte bajó a comprobarlo y no encontró a nadie. Propuso bajar de nuevo con Esther y, para su sorpresa, varias papas volaron hacia sus cabezas, obligándoles a correr escaleras arriba.
Los fenómenos no paraban y el estado de Esther no mejoraba. El doctor decidió dar sedantes para
paliar los síntomas de la joven. La mediana de las hermanas se quejaba de nerviosismo y decía que sentía como si la electricidad pasara por todo su cuerpo. Con la morfina suministrada, la familia creía que descansarían por una noche. No llegó a ocurrir. Los sonidos comenzaron de nuevo, sólo que eran mucho más fuertes y en una sucesión más rápida. Se llegaron a extender por toda la casa y el doctor salió a comprobar qué ocurría. Al entrar explicó desconcertado que desde la calle escuchaba como si una persona estuviera en el tejado golpeando las tejas con un martillo. La noche era clara y podía ver perfectamente que allí no había nadie.
Alrededor de un mes después, el Reverendo Edwin Clay quiso comprobar por sí mismo qué ocurría en la casa. Tras su visita determinó que Esther no había producido los sonidos por sí misma, y que su familia tampoco tenía nada que ver con ellos. Sin embargo, estaba de acuerdo con el Dr. Carriette en su teoría. Pensaban que los nervios de la joven habían recibido una descarga de algún tipo, convirtiéndola, de alguna manera misteriosa, en una batería eléctrica. Su idea era que los rayos invisibles salían de su persona y que los sonidos, que cada persona podía oír tan claramente, eran simplemente pequeños truenos.
Eminentes de la época quedaron fascinados por el caso y extendieron su interés por todo Amherst y alrededores. La familia recibió numerosas visitas, algunas por morbo, otras por curiosidad, coincidiendo en su mayoría en lo insólito que era el caso.
El suceso continuó manifestándose hasta diciembre, cuando Esther, víctima de tant miedo y tortura, enfermó. Estuvo confinada en su cama un par de semanas, tiempo en el que los fenómenos cesaron por completo. Tras su recuperación fue a Sackville a visitar a otra de sus hermanas, y para su asombro, los sucesos extraños seguían sin ocurrir. Parecía que todo había vuelto a la normalidad. En cambio, aquella liberación que sentía no le duró mucho más. Al volver a casa de Daniel se produjeron los acontecimientos más sorprendentes y peculiares que jamás había presenciado.
Una noche, mientras estaba en la cama con su hermana Jennie, le dijo que podía oír una voz que le informaba de que la casa iba a ser incendiada esa noche. El causante sería un fantasma. La voz declaró que había vivido una vez en la tierra, pero que había estado muerta durante algunos años y ahora era sólo un fantasma.
Cuando contaron lo ocurrido todos se rieron. Alegaban que no había fantasmas. Todos los problemas habían sido causados por la electricidad. Para asombro y consternación de los presentes, mientras hablaban sobre la ridícula declaración de las hermanas, todos vieron un fósforo encendido caer del techo a la cama. Durante los siguientes diez minutos, entre ocho y diez cerillas encendidas cayeron sobre la cama y alrededor de la habitación. Afortunadamente se extinguieron antes de que pudieran prender fuego. En el transcurso de la noche los sonidos comenzaron de nuevo.
Habían descubierto la manera de conversar con el poder. Golpearían una vez para una respuesta negativa, y tres veces para una respuesta afirmativa, dando sólo dos golpes cuando hubiera dudas sobre una respuesta.
Toda la familia estaba convencida de que el misterioso poder era realmente lo que decía ser; el fantasma de un hombre malvado que había vivido una vez en la tierra, y que de alguna manera desconocida, se las arregló para torturar a Esther Cox.
Vivían temerosos de que ocurriera el incendio. Y fue unos tres días más tarde cuando sus miedos se hicieron realidad. Un fuego comenzó en el sótano, obligando a salir de la casa al grito de "¡Fuego! ¡Fuego!".
El periódico de Amherst publicó una noticia del incendio provocado por el poder. Creó una tremenda sensación que despertó una genuina curiosidad sobre el lugar. Miles de personas que habían calificado el asunto como un fraude, empezaron a pensar que podría haber algo de veracidad. No creían que una joven pudiera prender fuego a un barril de virutas en el sótano y estar al mismo tiempo en una de las habitaciones de arriba, bajo la vigilancia de su hermana mayor. Desde la pintada, Esther vivía controlada por el temor a que el fantasma la asesinara. En cambio, los bomberos opinaban que de alguna manera inexplicable, Esther había encendido el fuego.
El fantasma no tardó mucho en dejarse ver. A la semana siguiente, mientras Esther y su familia estaban en el salón, la joven comenzó a decir "¡Mira allí! ¡Mira allí! ¡Dios mío, es el fantasma! ¿No lo ven todos ustedes también? ¡Ahí está! Mira, sus ojos son brillantes, y se ríe, y dice que debo dejar esta casa esta noche o encenderá un fuego en el desván y nos quemará a todos hasta la muerte!". Solo ella fue capaz de ver al fantasma. Ante su amenaza, la familia decidió sacarla rápidamente de allí.
El estado de tranquilidad no se prolongó mucho en el tiempo. Al final de la cuarta semana, mientras
fregaba el pasillo de su nueva casa, se sorprendió al ver que el cepillo desaparecía de su mano. Gritó cuando el fantasma le dijo que lo había cogido. Buscaron el objeto sin suerte, hasta que, después de abandonar la búsqueda, cayó del techo. Este nuevo hecho demostró una nueva fase del poder del fantasma. Era capaz de tomar una sustancia sólida de nuestro mundo material y hacerla invisible para nosotros, llevándosela quizá a su misterioso estado de existencia.
Los fenómenos continuaron alrededor de Esther Cox y aparecieron diversas teorías para intentar terminar con lo que ocurría. Entre ellas estaba la creencia de que si la joven se posaba sobre vidrios, la energía cesaría por el momento y quizá para siempre. Esta idea no tardó en descartarse ya que seguían produciéndose y le causaban dolor y sangrado de nariz.
El tiempo pasó y Esther cambió de residencia de nuevo. El fantasma pareció darle tregua y le permitió hacer una vida normal, dentro de sus posibilidades. Hasta que después de meses fue arrestada como incendiaria, juzgada, condenada y sentenciada a cuatro meses de cárcel. El juez y el jurado no creían en fantasmas, pero su buen comportamiento y el apoyo de quienes si creían su versión, hizo que después de un mes fuera liberada.
Esther vivió parte de su juventud atemorizada por una fuerza que nadie fue capaz de explicar. Con el tiempo consiguió que los fantasmas dejaran de seguirla y empezó una nueva vida en matrimonio y con una familia.
A la noche siguiente las chicas oyeron un ruido debajo de su cama. Dispuestas a no preocuparse ni un día más por el ratón, se levantaron para capturarlo. El sonido provenía de una caja de cartón verde llena de retazos. La sacaron de debajo de la cama y la colocaron en medio de la habitación, creyendo que estaría dentro.
Al dejarla sobre el suelo se asombraron al ver que se levantaba a un metro de distancia y luego volvía a caer. Incrédulas colocaron de nuevo la caja en el mismo lugar y observaron que se repetía lo mismo. Las hermanas estaban tan asustadas que gritaron y llamaron la atención de Daniel, quien acudió en su busca.
Nadie las creyó, ni siquiera el suceso que ocurrió al día siguiente. Esther saltó al centro de la habitación, llevándose consigo la ropa de cama y exclamando un "¡Dios mío! ¿Qué me ocurre? ¡Me estoy muriendo!". La pequeña se levantó inmediatamente de la cama, pensando que Esther había tenido una pesadilla. Al encender la lámpara vio alarmada que su hermana estaba en el centro de la habitación con los pelos de punta, la cara roja y los ojos fuera de órbita. Temblando de miedo Esther se sujetaba con firmeza al respaldo de una silla, clavando sus uñas en la madera.
En el momento que socorrieron los gritos de Jennie, Esther empalideció y empezó a debilitarse hasta el punto de tener que llevarla a la cama. Para más asombro de los asistentes, la joven de diecinueve años mostró un cambio repentino. De no poder mantenerse en pie pasó a estarlo y a gritar que estaba a punto de estallar en pedazos.
"Me estoy hinchando y estallaré, sé que lo haré", aseguró. Y así pasó. Esther comenzó a hincharse y a aumentar su temperatura. Mientras intentaban calmar a la joven escucharon un gran estruendo. Pensaron que les había alcanzado un rayo, pero se equivocaban. Al acercarse a la ventana, la Sra. Teed vio las estrellas brillar, descartando la posibilidad de un posible trueno. Justo al bajar la cortina escucharon de nuevo otros tres estruendos, esta vez procedentes de la cama en la que se encontraban Esther. Fueron tan fuertes que la habitación tembló, y Esther, quien estaba inflada y dolorida, inmediatamente empezó a tener su apariencia natural. Cuando estuvieron seguros que todo había sido a causa de un sueño y no de la muerte, volvieron a sus habitaciones con la idea de descansar el resto de la noche.
Todo amaneció con total normalidad. Cada miembro del hogar se dedicó a sus tareas habituales y fue durante la cena cuando acordaron guardar silencio sobre lo ocurrido la noche anterior. Sabían que nadie creería los ruidos procedentes de debajo de la cama ni que la joven fue afectada por algo de causas desconocidas.
Cuatro noche después Esther tuvo un ataque similar. Jennie le aconsejó que se tranquilizara, si permanecía inmóvil pasaría rápido y podrían dormir. Pero no fue así. A los cinco minutos las sábanas salieron volando hasta un rincón de la habitación. Fueron testigos de cómo se movían solas. Tal fue el pánico que la menor de las hermanas se desmayó. Al oír los gritos toda la familia entró corriendo a la habitación. Encontraron la ropa de cama en la misma esquina y a Esther hinchada pero consciente. Cuando la lámpara de Daniel reflejó la luz sobre el pálido rostro de Jennie, esta parecía estar muerta.
La señora Teed fue la primera en recuperar sus sentidos. Tan pronto como colocó la ropa de cama, esta voló al mismo rincón de la habitación. Con la diferencia que esta vez la almohada en la que se apoyaba Ether, salió volando y golpeó a John Teed en la cara. La familia estaba perpleja. No podían explicar qué estaba ocurriendo en aquella habitación. Aun trataban de entender qué había sucedido cuando escucharon de nuevo los mismos estruendos. Provenientes del mismo lugar, aquel sonido hizo vibrar la habitación. Esther, que había estado hinchada momentos antes, empezó a recuperarse y poco después se sumió en un profundo sueño.
La pesadilla continúa
En vista de lo acontecido decidieron llamar al doctor de la familia. Sin creer la historia que Daniel le había contado, el Dr. Carritte fue a la casa para vigilar de cerca a Esther. No tardó mucho en conocer el fenómeno y su diabólica demostración. Intentó por todos los medios conocidos por la ciencia de la medicina frustrar sus demoníacos designios, y, en vano, desterrarlos de la casa.A su llegada, la joven aún no había sufrido ninguno de los extraños ataques. El médico le tomó el pulso, le miró la lengua y le dijo a la familia que parecía estar sufriendo una excitación nerviosa. Aseguraba que era evidente que había recibido una gran conmoción de algún tipo. Justo después de haber dado este diagnóstico, la almohada en la que se apoyaba Esther salió disparada y se enderezó, como si estuviera llena de aire.
El Dr. Carritte no daba crédito del suceso del que había sido testigo. Se levantó de su silla y escuchó unos ruidos, tal y como había asegurado la familia. Miró bajo la cama pero no pudo determinar qué los había causado. Caminó hacia la puerta y los sonidos le siguieron, produciéndose ahora en el suelo de la habitación. Un minuto más tarde, la ropa de cama salió volando de nuevo. Sin embargo, un nuevo acontecimiento estaba a punto de suceder. Escucharon el sonido de una persona escribiendo en la pared con un instrumento que parecía ser metálico. Todos miraron la pared de dónde provenía el sonido, cuando, para el asombro de los presentes, se podía leer claramente las palabras "Esther Cox, eres mía para matarte".
Se encontraban alrededor de la cama de la joven, cada uno mirando al otro, para ver que no había ningún error posible sobre lo que veían y oían. Todos sabían que había ocurrido sucesos que se escapaban de toda lógica porque cada uno los había visto y oído con sus propios ojos y oídos. En cambio, no se atrevían a confiar en sus sentidos.
Las terribles palabras escritas en la pared, junto con los demás fenómenos, sumieron la habitación en un profundo silencio. Estaban aterrados. ¿Qué o quién había trazado aquellas letras? ¿Qué significaba esa sentencia de muerte?
Mientras que el médico estaba en la puerta intentando dar una explicación racional, un gran trozo de yeso salió volando de la pared de la habitación hasta caer a sus pies. Sin poder mencionar palabra del asombro, el doctor colocó el trozo en la silla. Justo después, el familiar sonido empezó a retumbar en la habitación con una potencia mayor, sacudiendo la habitación y todo lo que había en ella. Dos horas después los sucesos cesaron. El Dr. Carritte no tenía ninguna teoría que explicara los hechos inauditos que había presenciado. Esas manifestaciones de algún poder invisible que parecía poseer una inteligencia humana.
A la mañana siguiente se sorprendió al ver a Esther levantada y haciendo vida normal. En una de sus tareas, la joven subió corriendo, sin aliento, diciendo que había alguien en el sótano. Le habían tirado un trozo de tabla. El Dr. Carritte bajó a comprobarlo y no encontró a nadie. Propuso bajar de nuevo con Esther y, para su sorpresa, varias papas volaron hacia sus cabezas, obligándoles a correr escaleras arriba.
Los fenómenos no paraban y el estado de Esther no mejoraba. El doctor decidió dar sedantes para
paliar los síntomas de la joven. La mediana de las hermanas se quejaba de nerviosismo y decía que sentía como si la electricidad pasara por todo su cuerpo. Con la morfina suministrada, la familia creía que descansarían por una noche. No llegó a ocurrir. Los sonidos comenzaron de nuevo, sólo que eran mucho más fuertes y en una sucesión más rápida. Se llegaron a extender por toda la casa y el doctor salió a comprobar qué ocurría. Al entrar explicó desconcertado que desde la calle escuchaba como si una persona estuviera en el tejado golpeando las tejas con un martillo. La noche era clara y podía ver perfectamente que allí no había nadie.
Repercusión en Amherst
A partir de ese momento se supo en todo Amherst que en la casa de Daniel Teed ocurrían extrañas manifestaciones. Los misteriosos sonidos eran escuchados por la gente que pasaba cerca de la casa y pronto varios relatos fueron incluidos en los periódicos del lugar.Alrededor de un mes después, el Reverendo Edwin Clay quiso comprobar por sí mismo qué ocurría en la casa. Tras su visita determinó que Esther no había producido los sonidos por sí misma, y que su familia tampoco tenía nada que ver con ellos. Sin embargo, estaba de acuerdo con el Dr. Carriette en su teoría. Pensaban que los nervios de la joven habían recibido una descarga de algún tipo, convirtiéndola, de alguna manera misteriosa, en una batería eléctrica. Su idea era que los rayos invisibles salían de su persona y que los sonidos, que cada persona podía oír tan claramente, eran simplemente pequeños truenos.
Eminentes de la época quedaron fascinados por el caso y extendieron su interés por todo Amherst y alrededores. La familia recibió numerosas visitas, algunas por morbo, otras por curiosidad, coincidiendo en su mayoría en lo insólito que era el caso.
El suceso continuó manifestándose hasta diciembre, cuando Esther, víctima de tant miedo y tortura, enfermó. Estuvo confinada en su cama un par de semanas, tiempo en el que los fenómenos cesaron por completo. Tras su recuperación fue a Sackville a visitar a otra de sus hermanas, y para su asombro, los sucesos extraños seguían sin ocurrir. Parecía que todo había vuelto a la normalidad. En cambio, aquella liberación que sentía no le duró mucho más. Al volver a casa de Daniel se produjeron los acontecimientos más sorprendentes y peculiares que jamás había presenciado.
Una noche, mientras estaba en la cama con su hermana Jennie, le dijo que podía oír una voz que le informaba de que la casa iba a ser incendiada esa noche. El causante sería un fantasma. La voz declaró que había vivido una vez en la tierra, pero que había estado muerta durante algunos años y ahora era sólo un fantasma.
Cuando contaron lo ocurrido todos se rieron. Alegaban que no había fantasmas. Todos los problemas habían sido causados por la electricidad. Para asombro y consternación de los presentes, mientras hablaban sobre la ridícula declaración de las hermanas, todos vieron un fósforo encendido caer del techo a la cama. Durante los siguientes diez minutos, entre ocho y diez cerillas encendidas cayeron sobre la cama y alrededor de la habitación. Afortunadamente se extinguieron antes de que pudieran prender fuego. En el transcurso de la noche los sonidos comenzaron de nuevo.
El poder de Amherst
Los últimos acontecimientos hicieron cambiar de opinión a los habitantes de la casa. Lo que empezó como una burla terminó con un nombre. Lo llamaron el poder. Jennie creía que aquello podía oír y entender todo lo que decían, y tal vez verlos. El Dr. Carrite quiso comprobarlo. Experimentó realizando una serie de preguntas, como cuántas personas estaban en la habitación. Al no recibir respuesta, repitió la pregunta con otro enfoque: ¿Cuántas personas están en la habitación? Da un golpe en el suelo por cada uno". Un total de seis golpes distintos fueron hechos instantáneamente por el poder, número que coincidía con la cantidad de personas que allí había.Habían descubierto la manera de conversar con el poder. Golpearían una vez para una respuesta negativa, y tres veces para una respuesta afirmativa, dando sólo dos golpes cuando hubiera dudas sobre una respuesta.
Toda la familia estaba convencida de que el misterioso poder era realmente lo que decía ser; el fantasma de un hombre malvado que había vivido una vez en la tierra, y que de alguna manera desconocida, se las arregló para torturar a Esther Cox.
Vivían temerosos de que ocurriera el incendio. Y fue unos tres días más tarde cuando sus miedos se hicieron realidad. Un fuego comenzó en el sótano, obligando a salir de la casa al grito de "¡Fuego! ¡Fuego!".
El periódico de Amherst publicó una noticia del incendio provocado por el poder. Creó una tremenda sensación que despertó una genuina curiosidad sobre el lugar. Miles de personas que habían calificado el asunto como un fraude, empezaron a pensar que podría haber algo de veracidad. No creían que una joven pudiera prender fuego a un barril de virutas en el sótano y estar al mismo tiempo en una de las habitaciones de arriba, bajo la vigilancia de su hermana mayor. Desde la pintada, Esther vivía controlada por el temor a que el fantasma la asesinara. En cambio, los bomberos opinaban que de alguna manera inexplicable, Esther había encendido el fuego.
El fantasma no tardó mucho en dejarse ver. A la semana siguiente, mientras Esther y su familia estaban en el salón, la joven comenzó a decir "¡Mira allí! ¡Mira allí! ¡Dios mío, es el fantasma! ¿No lo ven todos ustedes también? ¡Ahí está! Mira, sus ojos son brillantes, y se ríe, y dice que debo dejar esta casa esta noche o encenderá un fuego en el desván y nos quemará a todos hasta la muerte!". Solo ella fue capaz de ver al fantasma. Ante su amenaza, la familia decidió sacarla rápidamente de allí.
Una nueva vida para Esther Cox
Dos semanas después, Esther no había presenciado ningún altercado en su nuevo hogar. Estaba contenta, había mejorado en salud y su nerviosismo y el miedo al fantasma casi se habían calmado. En la casa de Daniel Teed no se produjo ninguna manifestación desde la partida de Esther. Todos en Amherst pensaban que el fantasma, al haber echado a la joven de su casa, permitió que otros miembros de la familia vivieran en paz.El estado de tranquilidad no se prolongó mucho en el tiempo. Al final de la cuarta semana, mientras
fregaba el pasillo de su nueva casa, se sorprendió al ver que el cepillo desaparecía de su mano. Gritó cuando el fantasma le dijo que lo había cogido. Buscaron el objeto sin suerte, hasta que, después de abandonar la búsqueda, cayó del techo. Este nuevo hecho demostró una nueva fase del poder del fantasma. Era capaz de tomar una sustancia sólida de nuestro mundo material y hacerla invisible para nosotros, llevándosela quizá a su misterioso estado de existencia.
Los fenómenos continuaron alrededor de Esther Cox y aparecieron diversas teorías para intentar terminar con lo que ocurría. Entre ellas estaba la creencia de que si la joven se posaba sobre vidrios, la energía cesaría por el momento y quizá para siempre. Esta idea no tardó en descartarse ya que seguían produciéndose y le causaban dolor y sangrado de nariz.
El tiempo pasó y Esther cambió de residencia de nuevo. El fantasma pareció darle tregua y le permitió hacer una vida normal, dentro de sus posibilidades. Hasta que después de meses fue arrestada como incendiaria, juzgada, condenada y sentenciada a cuatro meses de cárcel. El juez y el jurado no creían en fantasmas, pero su buen comportamiento y el apoyo de quienes si creían su versión, hizo que después de un mes fuera liberada.
Esther vivió parte de su juventud atemorizada por una fuerza que nadie fue capaz de explicar. Con el tiempo consiguió que los fantasmas dejaran de seguirla y empezó una nueva vida en matrimonio y con una familia.
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